Por Pablo Bizai *
La marcha peronista que la dirigencia del PJ de Entre Ríos entonó este sábado, a las tres y media de la tarde, cargó con una cuota de alivio, desahogo y triunfalismo, en dosis similares. Acababan de atravesar con éxito, sin que la sangre de las críticas llegase al río, cinco horas seguidas de debate. El primer debate institucional que habilitó el congreso partidario en esta etapa opositora, tras 20 años de ostentar el control del gobierno provincial.
Fueron cinco horas intensas. Que pasaron volando porque la asamblea funcionó a pleno desde las 10 y media de la mañana. No hubo momentos aburridos. No sólo porque el temario era amplio y despertaba interés, sino porque se notaba la necesidad de expresión dentro de un partido que había tenido su último congreso presencial más de una década atrás, en el mismo salón del Camping de Empleados de Comercio de Paraná.
El espíritu asambleario corrió por izquierda a los radicales, que siempre se jactaron de mantener vivos sus congresos, aunque ahora, como parte del oficialismo provincial, vengan bastante demorados. A pesar de la extensión, el quórum y la atención en el debate se mantuvieron, al punto que nadie almorzó. Cosa curiosa: los radicales, por lo menos, acostumbraban vender choripanes, ese bocado tan argentino y peronista. Acá, ni agua caliente para el mate.
Otro dato curioso: la cantidad de relucientes camionetas estacionadas para el congreso podía hacer pensar a un transeúnte desprevenido que allí sesionaba algún plenario de la Sociedad Rural. Pero bueno, también se podían ver autos normales y con algunos años. Casi una metáfora de la sociología peronista.
A la mañana, pocos minutos antes de que se iniciara la sesión, la decisión de la organización de dejar ingresar sólo a los congresales e invitados especiales empezó a poner nerviosos al centenar de militantes y dirigentes que habían viajado a Paraná de distintos puntos de la provincia y esperaban afuera. Por suerte, al momento de arrancar, el presidente del PJ, José Cáceres pidió abrir las puertas y todo se descomprimió.
Nadie entendió muy bien cuál era el propósito de la restricción inicial. Quizá todo formara parte de lo mismo: el temor a que el primer paso hacia la recuperación de la institucionalidad partidaria tropezara con críticas salidas de madre que hicieran encender los ánimos a un punto de descontrol y escándalo. Nada de eso pasó. Los cuestionamientos más duros fueron marginales y terminaron perdiendo cada una de las votaciones. El pacto de no agresión para el congreso dio resultado.
Entre los críticos, se destacó el ex diputado urribarrista Juan José Albornoz. El congresal de Gualeguay no podrá decir que no lo dejaron hablar. Fue quien más hizo uso de la palabra. Al punto tal, que en las últimas oportunidades que desde la presidencia del Congreso se la concedieron se escuchaba un murmullo reprobatorio entre los congresales: “¡Otra vez Albornoz!”. También fue el más violento en sus intervenciones. Y el primero que nombró al ex gobernador Sergio Urribarri, cuando ya eran las tres de la tarde. Tal vez, de todo lo que dijo Albornoz, lo más certero haya sido señalar la poca lealtad que tiene el peronismo para los caídos en desgracia.
Albornoz fue una voz molesta, incómoda, pero finalmente marginal. Daniel Rossi, en cambio, era quien había encabezado la lista opositora para la conducción del partido, con críticas muy duras -críticas políticas y hasta personales- hacia la dirigencia que venía conduciendo el PJ de Entre Ríos. Sin embargo, sentado a la mesa del congreso, con Cáceres a su izquierda y Lauritto a su derecha, el intendente de Santa Elena exhibió su costado más civilizado y amable.
Insistió todo lo que pudo, cada vez que habló, con su idea de volver a armar la lista de diputados con representantes de los departamentos, como era antes en el peronismo. Pidió expresamente la derogación de la Ley Castrillón y, en concreto, acompañar el proyecto que su esposa, la senadora Patricia Díaz, tiene presentado con ese propósito.
Pero ni una cosa ni la otra terminó convirtiéndose en una moción y el planteo de Rossi quedó en el aire. A medio metro a su derecha, la intendenta de Paraná, Rosario Romero, le contestó: “Los planteos de Dani son más vinculados a la política que a las normas. No dependen de las leyes sino de cómo nosotros configuramos a nuestros candidatos en nuestros territorios y está claro que hay un consenso generalizado en que algunos modos deben cambiar. Pero no depende de la carta orgánica, sino de cómo nos demos nuestros debates”.
A lo largo de los años, Romero ha adoptado un modo de hablar pausado, sereno, respetuoso, amable, que no abandonó este sábado y en buena medida contrastó con los encendidos discursos de otros congresales. Quizá por eso, o simplemente por la histórica inclinación de la mayoría de los peronistas hacia el poder (Romero es en esta etapa la gobernante más importante del peronismo entrerriano), cada vez que la intendenta de Paraná tomaba el micrófono, el griterío y los murmullos se apagaban para dar paso a un respetuoso silencio. No pasó lo mismo con ningún otro dirigente. Parece que quedaron definitivamente atrás los años en los que, dentro de la militancia peronista, se le reprochaba haber querido ser la compañera de fórmula del radical Sergio Montiel en 1999, como candidata del Frepaso.
Lo que sobrevivió, en cambio, es el reproche a una supuesta injerencia de Romero sobre las investigaciones del Poder Judicial, como las que tienen en apuros a Urribarri. Algo de eso hay en el encono de Rossi. Si fuera kirchnerista, dirían que es una víctima de lawfare, incluso de los años en los que nadie hablaba de lawfare. Lo que no le impidió, claro, ser electo seis veces para la intendencia de Santa Elena. Nuestro Gildo Insfran.
Como fuere, Rossi detesta a Romero. Es uno de los enconos más públicos dentro del peronismo provincial. Por eso causó sonrisas, murmullos y hasta un fuerte aplauso el hecho de que El Dani afirmara que coincidía con Romero, cuando la intendenta de Paraná destacó la convivencia alcanzada entre las distintas líneas internas para concretar el congreso. “Primero, como dice la compañera, está el peronismo”, valoró el también ex vice gobernador de Jorge Busti.
Sin la palabra expulsión en el título
El congreso también logró sortear con éxito el título periodístico que hubiera sintetizado la jornada si, finalmente, como varios congresales pidieron, este sábado se expulsaba al senador Edgardo Kueider por haber votado la Ley Bases del presidente Javier Milei. Ni siquiera se aprobó un rechazo explícito al legislador o un mandato o recomendación al Tribunal de Disciplina -aún pendiente de conformación- sobre el tipo de sanción a aplicar al senador que el asesor estrella de Milei, Santiago Caputo, eligió para presidir la bicameral de inteligencia. De haber resultado electo hubiera significado una mancha más para certificar su traición.
Kueider salió ileso este sábado. Pero lo más importante es que también zafó su mentor, el ex gobernador Gustavo Bordet, quien confirmó su condición de último jefe del peronismo provincial al cerrar con su discurso el congreso, antes de la marcha peronista y la foto de todos unidos triunfaremos y vamos rápido a las camionetas que se nos hizo tarde para comer.
Hubo expresiones críticas hacia Bordet. Pero fueron marginales. Otra curiosidad: el abucheado, el que recibió más silbidos no fue Bordet sino el crítico Albornoz, que en su último uso de la palabra se pronunció en contra de aplicar sanciones dentro del PJ. Honestidad brutal.
(Por Pablo Bizai * publicación original: "El peronismo pasó la prueba" https://paginapolitica.com/el-peronismo-paso-la-prueba/)
Fuente: Página Política
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