OPINIÓN
Volviendo al principio: el peronismo en su momento crucial
Por Eduardo Medina - politólogo - FTS UNER
“He sido electo por las fuerzas políticas que, en Entre Ríos, apoyan los ideales de la Revolución, la obra fecunda y patriótica del Señor Coronel Perón”. La voz es acompasada por un tecleo. Aún no han dado las cinco de la tarde. La euforia se entremezcla con la tensión. Es miércoles 22 de mayo de 1946. El recinto colmado estalla en aplausos. Frente a la Asamblea Legislativa, Héctor Domingo Maya le da inicio político e institucional al peronismo en nuestra provincia.
En su discurso inaugural, Maya proponía una educación menos enciclopedista y más técnica y práctica; un mayor acercamiento a los hombres de campo, olvidados hasta ese momento por las políticas oficiales; una reorganización racional de la administración pública que suprima la burocracia innecesaria; facilitar la adquisición de viviendas para los trabajadores; un mayor aprovechamiento de la red fluvial; la pavimentación de caminos; y, por supuesto, la creación de fuentes laborales.
El peronismo local ha vivido en la contradicción de lograr esos objetivos y sostener un proyecto de poder provincial. El partido, que a lo largo de décadas fue base de esa tensión, ha ido quedando marginado como referente insoslayable de las contiendas, pujas y peleas de los distintos sectores internos. Todo se fue resolviendo a través de los medios y las roscas internas, es decir, en las sombras. Pero el punto no es ese, sino que, estudios tribales mediante, son clanes de los diferentes puntos de la provincia los que se fueron quedando con capacidad de decisión e influencia en los armados de lista o de gestión. Un desplazamiento histórico divergente del poder desde el partido a puntos nodales que operan por fuera de él y su ámbito de dominio.
Este seudo sistema de clanes, que no es exclusivo de la provincia ni homogéneo en el territorio, está regido por núcleos familiares primarios, que se ramifican a través de lazos afectivos y comerciales. Las decisiones que se toman son en función de la conservación y ensanchamiento del clan y no del partido o causa alguna. Estos agrupamientos tienen mayor o menor relevancia dependiendo de las coyunturas y los momentos históricos. Su influencia varía de acuerdo con la cantidad de miembros activos y capaces que puedan ir sacando a la palestra (no todos pueden salir a jugar). La inclusión de un “extraño” es por vacío o estrategia especulativa. El militante de base que demuestra compromiso imperecedero con el clan, dependiendo su formación, puede ligar cargo.
Muchos acuerdos se negocian entre clanes en momentos de transición o bien durante las gestas electorales. En ocasiones, las peleas o desacuerdos entre las familias han permitido el triunfo del radicalismo o el vecinalismo en distintas localidades de la provincia. El traspié de uno puede ser el encumbramiento del otro. Para varios observadores perspicaces, son esas tensiones las que llevaron al triunfo a Rogelio Frigerio en Concordia, o bien su derivado, en la provincia.
De todos modos, atendiendo este somero recorrido, de aquellas intenciones expresadas por Maya hace casi ochenta años, decálogo del accionar peronista, han ido quedando carcasas.
En qué momento se pasó de los intereses del partido a los intereses del clan no lo sabemos. Todavía en su tercer mandato, 2003-2007, Jorge Busti no perdía la oportunidad, cada vez que visitaba una ciudad y su agenda lo permitía, de visitar la básica y hacer una reunión militante. Dominaba el aparato con mano de hierro y ningún actor asomaba demasiado la cabeza sin que él se lo permitiera. A cualquier crítica interna le miraba la ficha de afiliación para establecer con eso el verdadero peso de la voz díscola.
Su rivalidad con Sergio Montiel fue la de dos líderes de partido que alternaron gobiernos, como bien lo auspicia la democracia. Desde luego, también sumaron familiares y allegados cada vez que pudieron, pero, dentro de todo, mantuvieron una división entre los intereses personales y los del partido, intentando desde lo discursivo y con ciertos actos simbólicos que prevalezcan los institucionales.
Es falso lo que muchos afirman sobre los partidos políticos, que ya no pueden fungir como canalizadores de la legitima voluntad popular. Si miramos a los más importantes países europeos o a Estados Unidos, tienen a sus principales partidos como impulsores de la democracia y de la participación ciudadana, a partir de erigirse éstos como decisores tanto de cuestiones electorales como de gestión. Uno de los puntos fuertes que sostienen a esas maquinarias son los llamados think tanks, centros de estudio, investigación y desarrollo de temáticas, políticas, estrategias para el continuum de la vida partidaria. La apuesta por una formación sistemática y metódica es uno de los jirones que el peronismo dejó en el camino.
Desde luego que no todo es aprendizaje y formación, pero es a partir del conocimiento que se genera la buena política y no al revés. No por nada, los pilares fundamentales del peronismo se forjaron al calor de las charlas y textos del propio Perón, que hizo de la pedagogía una bandera. Es la vida interna de un partido el factor que más incide en su potencia electoral ¿Hay espacio en la racionalidad de los clanes para comprender este proceso necesario que debe sí o sí efectuarse? ¿Pueden pensar en el largo plazo? ¿O será la inmediatez de los hechos lo que siga dominando la escena y consuma las últimas llamas de participación y militancia?
En los mandatos de Sergio Urribarri y Gustavo Bordet, siendo ellos jefes del peronismo local, la vida partidaria se apagó. El sistema de decisiones se centró en Casa de Gobierno. El PJ fue un apéndice, una referencia que cada tanto era tópico de algún discurso. Sobre esos imperativos, los que eran funcionarios y querían seguir en el juego de la política, empezaron a decidir sus destinos en base a las indicaciones de los jefes. Si les daban la venia actuaban, de lo contrario, se guardaban. Todo se confundió. No era disciplina de partido, sino de gobierno. En torno a esta situación, muchos perdieron sus oportunidades esperando el beneplácito que nunca llegó. Jamás se animaron a hacer carne el mensaje que reposteaban todos los 27 de octubre en homenaje a Néstor Kirchner, “No pasarán a la historia los que especulen, sino los que más se la jueguen”.
Aunque tarde, Martin Müller se la jugó y abrazó la causa libertaria, generando el primer cimbronazo de una época que ha cambiado. Ignorar el hecho no lo anula. El ex titular del CGE durante el gobierno de Bordet ha leído en la realidad fáctica una oportunidad en su carrera política. Un error de cálculo mayúsculo en el plano individual, pero un signo de huida en lo colectivo, que puede ser parte de un reducido número o bien el principio de un intenso desangre.
Sin dudas que el peronismo empieza a tener más preguntas que respuestas en lo que hace a su conformación, proyecciones e identidad. Además de no poder pensar un futuro a partir de la coyuntura, de no tener una visión clara en lo económico, lo político y lo social, empieza a perder peso en la contención de sus filas. Esto no se vislumbra tanto en lo que hace a la dirigencia, la institucionalizada, sino en la militancia, adherentes y simpatizantes.
Muchos empiezan a caer en la cuenta de que desde hace diez años o más todo se ha tratado de mezquinos proyectos de poder, siendo los familiares los más comunes. Los clanes conformados en el peronismo entrerriano empiezan a verse como engranajes oxidados, que atrasan más de lo admisible. En esa línea, Mariel Ávila y Claudia Silva, esposas de Bordet y Bahl respectivamente, que ocupan bancas en la legislatura sin recorridos militantes ni legítima representatividad popular, aun no se han terminado de asimilar entre la dirigencia más activa. Quizás nunca se digieran y terminen siendo el eje de todas las rupturas.
Pese a este panorama, es una buena noticia para el PJ de Entre Ríos que José Cáceres haya quedado al frente. Es de los pocos con trayectoria interna y disciplina partidaria comprobada. Marcelo Casaretto o Daniel Rossi eran el camino incierto a la fragmentación. Durante el macrismo, y pese al “acuerdismo fraternal” de Bordet y Macri, Cáceres fue de los pocos que levantó la voz para rechazar las injusticias que cometía el gobierno de Cambiemos. También lo hace ahora con Milei frente a un silencio que a veces asusta. Su primer gesto fue instar al resto de los referentes a que salgan a la calle y se pongan al frente de los reclamos. Un pequeño dique de coherencia frente a un caudaloso río de insensatez y apatía.
El pedido de Cáceres y la nueva conducción del partido no llega en el mejor momento. La dirigencia apuntalada, intendentes, concejales, senadores y diputados (provinciales y nacionales), han perdido la gimnasia de pisar el territorio. La cuestión ahí es cómo capitalizar esos lugares como peronistas y posibles referentes. Cómo desplegar una voz clara, que direccione expectativas, acciones a seguir, esperanzas.
Varios de estos referentes han volcado gran parte de sus estrategias de representación en los community managers que les manejan las redes. Parece frívolo, y lo es. La autoescenificación, drama acuciante y patético de nuestra época selfie, es la única vía que muchos dirigentes encuentran para mostrar convicciones, carácter, liderazgo. Al cierre de esta columna, ninguna de esas estrategias había dado resultado. Así las cosas, la solicitud del partido empieza a parecer una misión imposible para muchos referentes, que miran extrañados a su alrededor, no pudiendo entender qué es lo que han hecho mal en todo este tiempo. Inquietos, también se preguntan si no es tarde para dar la pelea.
Volviendo al principio, a finales de aquel disruptivo 1946 provincial, un abogado y filósofo conservador nacido en Villaguay, Max Consoli, publicaría un libro que llevaba por título una pregunta tan sugestiva en ese tiempo como en el nuestro, Por qué soy peronista. A lo largo de 298 páginas, la respuesta llegaría por sus intervenciones como legislador provincial, siempre preocupado por los más desfavorecidos del sistema. El texto expresaba una coherencia, que a su vez era una respuesta a los sectores más conservadores y reaccionarios de la alta sociedad paranaense de ese momento. Consoli, que había estudiado en las más refinadas universidades europeas, dice allí que es peronista, porque “ha llegado la hora de ´volcar las pupilas hacia adentro´. Debemos replegarnos sobre nuestras propias fuerzas, para despojarnos, así, de la telaraña de intereses, que están en pugna con las apremiantes y justas reivindicaciones de las masas populares”.
(Fuente: artículo original publicado en Página Política - foto ilustrativa: Diario Uno Entre Ríos)
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