Por Tomás Ledesma (*)
La insistencia del Gobierno nacional en el equilibrio fiscal se ha tornado una necesidad existencial que lograron instalar en el sentido común. En realidad, si no va acompañada de la defensa de los intereses de las y los argentinos, poco tiene que ver con una mejora palpable en la economía familiar.
Lejos de eso, el ajuste aplicado se sintió donde nos tienen acostumbrados: en el bolsillo de las y los jubilados, trabajadores y en el desarrollo de las ciudades argentinas. Entonces, la pregunta que se impone es ¿qué pasó con la casta? En cifras, desde que asumió́ el presidente Javier Milei encontramos un ajuste del 32,6% en jubilaciones y del 16,6% en los salarios. Esa erosión del poder adquisitivo pulverizó la demanda interna, y provocó una caída en las ventas del 28,5% en estos tres meses de gestión, según un informe de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME). La situación es peor que la registrada durante los cuatro años del gobierno de Macri, cuando la disminución fue del 17%.
Además, en este escenario general, un sector en particular fue afectado rotundamente, desde sus fuentes de producción y redistribución hasta en los hogares argentinos: energía y tarifas. Desde el 10 de diciembre, soporta una serie de medidas que consolidan una mirada neoliberal extractivista, y un golpe muy duro al bolsillo y al entramado industrial. Negocio para algunos, y un gran problema para comerciantes, pymes y hogares que sufrieron la eliminación de subsidios, la desregulación tarifaria y en consecuencia los incrementos en las facturas de luz que rondan entre un 200% y 300% y que llegarán en los momentos de mayor consumo energético del año. También, en toda la cadena de producción y comercialización de bienes y servicios, acontece un impacto inflacionario propio del encarecimiento energético y potenciado exponencial y particularmente por la eliminación del llamado “barril criollo”, que significa que nos cobran los combustibles al mismo precio que lo paga un transportista de cualquier país que no produce ni un litro de nafta.
En lo estructural es incomprensible la eliminación del Plan Federal de Transporte Eléctrico; el congelamiento de la obra pública y el preocupante plan con desinversión en terrenos estratégicos para YPF.
Son conocidos los resultados de gobiernos como éste, que siempre perpetran heridas de diferentes profundidades. Algunas, como las medidas en materia energética, exigen demasiado tiempo para curar y por eso es clave advertirlas. La energía tiene una influencia transversal en la política económica, productiva, industrial e internacional , lo que nos convoca a ponerle especial atención. Debe ser accesible para los hogares, y barata para quienes tienen que decidir dónde invertir, permitiendo mejorar las condiciones objetivas en el terreno internacional y generando mayor competitividad.
Las naciones en desarrollo, o con procesos de industrialización consolidados, han utilizado la regulación del costo de la energía como una herramienta ideal para atraer inversiones y potenciar las iniciativas privadas. Nadie está descubriendo la pólvora con estas ideas. A nivel internacional, Europa sufre grandes aumentos en los precios de la energía debido al conflicto ruso-ucraniano, lo que representa un problema más que importante para los sectores industriales. En Alemania, por ejemplo, grupos industriales le exigen al Estado una regulación y baja de los costos energéticos, para frenar la caída y las dificultades en la producción de bienes y servicios, y buscando además sostener empleos. En cuanto a la Argentina, los mejores momentos para el sector industrial nacional coincidieron con programas de desarrollo que contemplaron como pilar fundamental tener energía accesible. ‘Para poder industrializar tengo que dar energía barata’, planteaba Juan D. Perón como condición ‘sine qua non’ en 1949, lo que ayudo a lograr un auge y crecimiento industrial sin precedentes en nuestro país. Ese mismo enfoque se retomó en 2003 con Nestor Kirchner y continuo Cristina Fernandez, con precios energéticos competitivos internacionalmente, y un significativo desarrollo de los parques y corredores industriales argentinos, como pocas veces se avizoró en la historia.
Sobre la costa del Río Uruguay de mi querida provincia de Entre Ríos se ubica la represa binacional de Salto Grande, donde se produce el 4 por ciento de la energía eléctrica que utiliza todo el país (3900 gigavatio hora -GWh- aproximadamente). A pesar de ello, y de ser una de las grandes soluciones en momentos de apagones u otros conflictos energéticos, las y los entrerrianos pagamos uno de los precios más altos de energía eléctrica, lo que nos convierte en la tercera provincia más costosa para usuarios residenciales, comerciales e industriales, por encima de distritos que no producen ni un solo GWh de energía. Y en la macro nos encontramos que CAMMESA paga nuestra energía 3 veces más barata que a Yacireta (en dólares). Vaya si no debemos discutir estas cosas… sobre todo frente a un gobierno que propone como camino la desinversión, la desregulación y el encarecimiento extremo de la energía eléctrica para las familias, y para los que quieren invertir en la Argentina. Lo único que logran es profundizar las inequidades, y dejar cada vez más lejos del desarrollo a las medianas y pequeñas ciudades.
Corren tiempos difíciles, por eso hay que poner mucho el oído para acompañar con justeza y firmeza las demandas de las sociedades de estos tiempos. Creo profundamente que quienes votan al peronismo no lo hacen pensando en que este sea una “buena oposición”, sino convencidos de que será un buen gobierno. Por ello, es crucial entender que nuestro rol opositor no puede agotarse a la resistencia, sino que además es esencial construir una alternativa que establezca cómo gobernar la Argentina en este contexto que vivimos. Hay que ampliar la base de representación, generando debates profundos sobre las matrices que han sido pilares en la historia argentina, y aquellas que deben serlo en este siglo XXI que corre para que tengamos un país próspero. Esa es la única manera de recuperar la agenda y poder construir un horizonte para estos tiempos atípicos y de una distancia importante de “la política” con los problemas cotidianos. La confianza se recupera logrando esperanza con ideas concretas, aplicables a estos tiempos y con un sustento de explicación simple, entendible y coherente con nuestra historia.
(*) Diputado Nacional por Entre Ríos (Frente de Todos)
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