“Tenemos la responsabilidad de asegurar hoy y para los tiempos la democracia y el respeto por la dignidad del hombre en la tierra argentina", expresó Raúl Alfonsín al asumir la Presidencia de la Nación aquel histórico 10 de diciembre de 1983, en el marco de una Plaza de Mayo repleta de ilusiones, cargada de alivio y libertad.
No se puede hablar de democracia sin mencionar a Raúl Ricardo Alfonsín. No es casual que se lo recuerde como el “Padre de la Democracia”, ya que cada una de sus decisiones -desde las que lo transformaron en candidato presidencial hasta cada movimiento que definió hacer durante su mandato- constituyeron la estructura sobre la que se fue fortaleciendo este sistema democrático que tanto le costó afianzar a nuestra Argentina.
De la mano de Alfonsín las instituciones de la República se volvieron a poner de pie y el país fue retomando el sendero de la normalidad institucional, después de una extensa noche de autoritarismo y muerte.
Ya durante la campaña electoral Alfonsín marcó una distancia ética abismal con su contrincante, el peronista Ítalo Luder: mientras éste avalaba la amnistía que los genocidas de la dictadura se habían dado a sí mismos, Alfonsín sostenía que la Justicia debía juzgar a los máximos responsables de la represión.
Lo dijo durante la campaña y lo cumplió durante su mandato: en 1985 tuvo lugar el histórico Juicio a las Juntas, el proceso penal contra los jerarcas que llevaron el plan sistemático de exterminio que había comenzado el 24 de marzo de 1976. Años después el entonces presidente justicialista Carlos Saúl Menem fue el responsable de dar marcha atrás con el paso histórico que se había atrevido a dar Alfonsín y firmó cuatro decretos por los cuales les otorgó el perdón a 220 militares y 70 civiles.
La firme voluntad de los argentinos a lo largo de los años logró consolidar un sistema democrático que, aún con sus frustraciones y deudas, es el único camino posible. Hoy, a 40 años de aquellas elecciones históricas que marcaron el fin de la dictadura y que colocaron a Alfonsín como un estratega central que habilitó la posibilidad de que el sistema democrático se haga fuerte y eterno, el país se encuentra ante un escenario electoral bisagra que puede herir de muerte los acuerdos básicos que creíamos que estaban fuera de discusión.
“Fue muy alto el precio que pagamos por esta democracia como para ir detrás de algún mesianismo facilista que seguramente aún acecha. Yo les pido argentinos que sigan, que marchen, nada encontrarán fuera de la democracia, sino el horror. El voto de cada uno es el compromiso con el futro, con la vida, con sus hijos, con la patria”. Lo subrayó Alfonsín en los 80 y ese mensaje hoy está más vivo que nunca ante la encrucijada que nos propone el balotaje del 19 de noviembre en el que se ponen en juego dos modelos antagónicos, uno de los cuales reivindica el terrorismo de Estado y pone en peligro los derechos más elementales, como el acceso a la educación y a la salud pública.
“La sociedad argentina aprendió con dolor que la legalidad no es una cuestión formal, sino la frontera entre la vida y la muerte”. A cuatro décadas de aquella gesta tenemos la obligación de no permitir que la democracia se manche y debemos ser los garantes de que siga constituyendo ese faro imprescindible que supimos construir.
(APFDigital)
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